Tener vivienda propia: ¡El sueño de muchos colombianos y la realidad de pocos!

Tener vivienda propia: ¡El sueño de muchos colombianos y la realidad de pocos!

Soy Juliana Cardona Cadavid, y esta es mi realidad:

A mis 34 años, he iniciado un proceso de autoanálisis, mirando hacia atrás para ver cuánto he crecido y si realmente he tenido una evolución personal y emocional en este trayecto de la vida. Estoy en un punto intermedio, un «punto B», del cual espero salir pronto para continuar hacia un «punto C».

Nací en Bello, Antioquia, y soy la menor de tres hijos. Fui criada en Bogotá durante mis primeros 14 años, en un núcleo familiar marcado por grandes retos y por el descontento que genera la comparación social, algo muy arraigado en nuestra cultura. Durante mi infancia, anhelaba tener a mi mamá presente todos los días, esperándome en casa al regresar del colegio o, mejor aún, que fuera ella quien me recogiera al final de la jornada escolar. Sin embargo, esa no era mi realidad. Mi realidad era crecer bajo el cuidado de mis hermanos mayores, mientras mi madre pasaba más de dos horas diarias en bus, recorriendo la ciudad de sur a norte para cumplir con su rutina laboral. Su esfuerzo estaba dirigido a cubrir nuestras necesidades básicas: garantizar la comida, pagar los servicios y no atrasarse en el arriendo. Esta es la realidad de más del 90% de las familias colombianas; no tener una casa propia, el sueño de muchos y la realidad de pocos.

El pago de una educación superior no era una opción en mi hogar; era un «lujo» que no podían permitirse. Si queríamos estudiar, debíamos hacerlo por nuestros propios medios, empezando una «adultez temprana» al trabajar y estudiar simultáneamente. Una vez más, la realidad de miles de colombianos.

Es aquí donde surge el verdadero análisis, el momento de mirar atrás, hacia los lados y hacia adelante.

Como colombianos, tenemos muchas cualidades encantadoras: una calidez humana y hospitalidad sin igual, una resiliencia y capacidad de adaptación increíbles. Somos familiares, alegres y espontáneos. Sin embargo, desde mi perspectiva, hay ciertos aspectos que debemos reevaluar, especialmente en cuanto a nuestras prioridades. A continuación, explico mejor mi punto.

Las prioridades

Hay más de ocho millones de colombianos radicados en el exterior, y podría decir que alrededor del 50% o más enfrentan situaciones migratorias por resolver. Si nos centramos en ese 50%, observamos un fenómeno curioso respecto a sus prioridades. Muchos de ellos realizan visitas mensuales a outlets para comprar tenis y ropa de marca, que luego envían sagradamente a sus familiares en Colombia. Se argumenta que unos tenis New Balance o Adidas son mucho más baratos allá. Pero cuando se hace un cálculo rápido, llenar una caja para el envío no cuesta menos de 350 USD (y estoy siendo conservadora), a lo que hay que sumarle otros 100 USD en gastos de envío. Es decir, alrededor de 450 USD mensuales para enviar «la cajita de la felicidad» a familiares que posiblemente viven en arriendo.

Si la prioridad de los migrantes colombianos fuera destinar esos 450 USD al pago de cuotas mensuales para una vivienda VIS, cuyo valor aproximado sería de $2.000.000 COP al mes, en cuestión de tres años tendrían el 30% del valor de la vivienda pagado. Con una adecuada asesoría financiera, su crédito sería aprobado, y podrían tener su propia casa en Colombia.

Otro ejemplo real y cada que puedo se lo digo a mis equipos de trabajo con gran intención de alentarlos a estudiar, es el siguiente: muchos colombianos afirman que no pueden acceder a una educación superior por «falta de oportunidades». Escucho a muchos decir que los semestres universitarios son muy costosos, pero a esos mismos los veo organizando y planeando viajes con amigos a destinos como Cartagena, San Andrés u otros, que seguramente no bajan de $2.000.000 COP. Entonces, si como colombianos consideramos que es más asequible irnos de paseo a la playa que invertir en un semestre de universidad o en un instituto tecnológico, claramente el problema no es la falta de oportunidades ni mucho menos el gobierno de turno. El problema sigue siendo el mismo: la categorización de nuestras prioridades.

Para concluir: el análisis de la compra de vivienda en Colombia, y las prioridades de muchos de sus habitantes, revela una desconexión entre lo que se deseamos y las decisiones que tomamos para alcanzar esos objetivos. La mayoría de las familias colombianas se enfrenta o se han enfrentado a una realidad en la que la vivienda propia sigue siendo un sueño lejano. Esto se debe, en parte, a un sistema socioeconómico que no siempre facilita el acceso a recursos esenciales como la educación y la vivienda. Sin embargo, también hay un factor cultural subyacente: las prioridades.

Nuestra realidad demuestra que, como colombianos, muchas veces preferimos gratificaciones inmediatas—viajes, compras de artículos de marca o gastos no esenciales—por encima de inversiones a largo plazo que realmente mejorarían nuestra calidad de vida, como la educación o la vivienda. Esta disonancia de prioridades es un reflejo no solo de la falta de educación financiera, sino también de una cultura que hemos aprendido más a sobrevivir en lugar de proyectarnos a futuro.

El desafío está en reevaluar nuestras decisiones cotidianas, priorizando lo que realmente puede ofrecernos estabilidad y crecimiento a largo plazo. Es un cambio de mentalidad clave para que el sueño de la vivienda propia y otros logros importantes dejen de ser una excepción y se conviertan en una realidad tangible para más colombianos.

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